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El vuelo de los abejorros no es un misterio

Los estudios científicos acabaron con la afirmación de que teóricamente estos insectos no puede volar.

Se suele contar una historia que tiene que ver con los límites de la ciencia para explicar todo lo que vemos que involucra a las abejas. Viene a ser casi un dicho hecho: según la ciencia, una abeja no podría volar, pero realmente vuela. La historia tuvo su origen en 1934, cuando el entomólogo francés Auguste Magnan recogió el análisis de un ingeniero, André Saint-Lague, con los cálculos aerodinámicos de la forma de una abeja, comprobando que la fuerza de sustentación de sus alas sería insuficiente para permitir que un cuerpo con ese peso pudiera volar. Simplemente, según el estudio, las alas eran demasiado pequeñas. La propia historia de la aviación muestra cómo los aparatos que hacemos volar tienen unas alas muy grandes, mientras que un simple insecto volador tiene alas pequeñitas. ¿Un misterio que la física no puede resolver?

A menudo se transcribe la historia con un abejorro, que todo el mundo entiende como menos aerodinámico aún que una simple abeja, y se ha llegado a hablar del ‘mito del abejorro’ para referirse a este fenómeno. La anécdota suele encabezar a menudo artículos sobre la sustentación de los aviones, un tema que también se ha mantenido controvertido, especialmente en la era Internet, con la sobreabundancia de información no necesariamente veraz. A veces, se afirma que simplemente es imposible volar (teóricamente), por más que esté demostrado (prácticamente) que se puede volar sin problemas. Especialmente si uno es un abejorro. Una versión extrema del mito viene a decir que el insecto vuela porque no sabe nada de aerodinámica, porque si se lo contaran, no se atrevería a hacerlo. En otros casos, el integrismo religioso suele emplear este mito para explicar que la ciencia no puede llegar con sus explicaciones a todos los lados. Otras veces, la moraleja tiene que ver con la incapacidad de la miope ciencia de encontrar sentido a las cosas evidentes.

Sin embargo, las afirmaciones que se hacían en 1934 fueron refutadas poco después. Cuando se habla del vuelo de los insectos se enfatiza el asunto del pesado cuerpo, pero normalmente se olvida que no es lo mismo aplicar una fórmula o modelo aerodinámico a una situación de diseño estático, mientras que el diseño de un insecto volante no es una situación estática, sino dinámica. Podemos entenderlo de forma sencilla con una bicicleta: parada, la bicicleta no es estable, y se cae de lado; en movimiento, no. En ‘parado’, una abeja no puede volar —podríamos decir, no planea como un avión de papel, una situación que estáticamente tiene una mejor aerodinámica que una abeja—; en movimiento, la abeja crea una serie de turbulencias que contribuyen a crear fuerzas que explican su sustentabilidad. ¿Sencillo?

Teoría y práctica

Lo cierto es que no tanto, porque aunque cualquier físico entiende la ‘música’ del asunto, ponerle la letra a la canción no es evidente. Una segunda forma más elaborada del mito del abejorro habla de la incapacidad de los modelos teóricos y sus desarrollos informáticos para poder demostrar lo anterior. Las cuestiones de la mecánica de fluidos dificultaron durante mucho tiempo comprobar modelos teóricos que demostraran el poder de los vórtices turbulentos a la hora de entender la sustentación de la abeja. Así, no es raro que de vez en cuando aparezcan noticias de que finalmente se ha resuelto el misterio. Recientemente varias notas de prensa se hacían eco de la publicación en la revista Physical Review del trabajo de un matemático argentino, Fernando Minotti, autor de un modelo matemático que explica la formación de esos vórtices turbulentos en torno a las alas del insecto.

Ya en los años 90 se había adelantado mucho en la resolución del problema mediante modelos a escala, como los de Charles Ellington o Michael H. Dickinson (el verdadero desfacedor del entuerto teórico, que en 2001 publicaba un interesante artículo en Scientific American sobre el asunto). Estos modelos, con las aportaciones de los físicos teóricos, permiten entender los complejos procesos aerodinámicos de una forma más completa. Aunque sin una evidente aplicación tecnológica: el problema para usar la estrategia de los abejorros para volar en vez de los torpes aviones convencionales es conseguir estructuras capaces de realizar cientos de movimientos por segundo, batiendo y rotando simultáneamente las alas, como hace un insecto.

La revista Proceedings of the National Accademy of Sciences (PNAS) incluía el pasado 28 de noviembre un trabajo de Douglas L. Altshuler, William B. Dickson, Jason T, Vance, Stephen P. Roberts, y Michael H. Dickinson, que viene a suponer la puntilla al mito de que las abejas no podrían volar, según la ciencia.

Porque, analizando la forma en que se generan las diferentes fuerzas aerodinámicas con los movimientos reales de las alas, además de realizando simulaciones robóticas, han comprobado que la clave está no sólo en el aleteo en arcos de entre 145 y 165 grados que realizan (el ángulo varía según la especie), con una frecuencia determinada por el peso del animal, con el que causan vórtices capaces de sustentarlos, sino que algunas especies de insectos tienen una estrategia alternativa: baten en arcos menores, de 90 grados, pero a frecuencias mayores. Y en un cambio sorprendentemente rápido de la dirección del ala al comenzar cada batida.

Los investigadores, por ejemplo, comprobaron cómo volaba una abeja en un medio menos denso que el aire (usaron heliox, un aire en el que el 79% de nitrógeno se sustituye por helio), generando más potencia de sustentación a base de ampliar el arco de batida sin cambiar la frecuencia. A las abejas les sobra potencia para volar. Los autores del artículo especulan que esta habilidad en el ‘toque’ de ala les permite un amplio rango de potencias, y por lo tanto una mayor versatilidad en el vuelo: algo importante para estos insectos, que a menudo acarrean pesos muy grandes a largas distancias.

Fuente: El Comercio Digital

Más información:
Un físico argentino demuestra matemáticamente por qué vuelan los insectos

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Construye tu propio detector de partículas

Actualización 04/02/2021. La web que alojaba este artículo ya no está disponible. He corregido algún enlace y añadido otro vídeo del proceso de construcción.

Artículo publicado por Sarah Charley el 20 de enero de 2015 en Symmetry Magazine

¡Crea una cámara de niebla y observa partículas fundamentales atravesando tu salón a toda velocidad!

La escala de los detectores que se hallan en el Gran Colisionador de Hadrones (LHC) es casi inabarcable: pesan miles de toneladas, contienen millones de sensores y dan soporte a programas de investigación para una comunidad internacional de miles de científicos.

Pero los detectores de partículas no siempre son tan complejos. De hecho, algunos detectores de partículas son tan simples que puedes fabricarlos (y manejarlos) en tu propia casa.

La cámara de niebla de difusión sensible continua es uno de esos detectores. Desarrollada originalmente en la Universidad de California, en  Berkeley, en 1938, este tipo de detector usa alcohol evaporado para crear una “niebla” que es extremadamente sensible al paso de las partículas.

Los rayos cósmicos son partículas procedentes del espacio que impactan constantemente contra la Tierra. Cuando golpean la atmósfera terrestre, liberan una lluvia de partículas menos masivas, las cuales caen invisiblemente sobre nosotros.

Cuando un rayo cósmico atraviesa la niebla, crea un rastro fantasmal de esas partículas que es visible al ojo desnudo.

Construir una cámara de niebla es fácil, y apenas requiere unos pocos y simples materiales y pasos:

Materiales:

  • Un recipiente grande de plástico transparente o cristal (como un acuario) con una tapa sólida (de plástico o metal).
  • Fieltro
  • Alcohol isopropílico (al 90% o más. Puedes encontrarlo en una farmacia, o encargarlo a una compañía de suministros químicos. Ponte gafas de seguridad cuando manipules el alcohol).
  • Hielo seco (dióxido de carbono congelado. A menudo se usa en las lonjas o verdulerías para mantener los productos fríos. Usa unos guantes gruesos cuando manipules el hielo seco).

Pasos:

  • Corta el fieltro de forma que tenga el tamaño de la base del acuario. Pégalo al fondo por la parte de dentro (donde normalmente irían la arena y los falsos cofres del tesoro).
  • Una vez hayas colocado y asegurado el fieltro, vierte el alcohol isopropílico hasta que esté saturado. Drena el exceso de alcohol.
  • Coloca la tapa sobre el hielo seco, de forma que quede plano. Sería recomendable meter el hielo seco en un contenedor o caja, para que quede más estable.
  • Dale la vuelta al acuario, quedando el fondo cubierto por fieltro arriba, y coloca la boca sobre la tapa.
  • Espera unos 10 minutos… Luego, apaga las luces e ilumina el acuario con una linterna.
Cámara de niebla

¿Qué sucede en el interior de la cámara de niebla?

El alcohol absorbido por el fieltro está a temperatura ambiente, y lentamente se evapora en el aire. Pero, a medida que el alcohol evaporado cae hacia el hielo seco, se enfría y trata de volver al estado líquido.

El aire que está cerca del fondo del tanque está ahora supersaturado, lo que significa que está justo por debajo de su punto de condensación. Y, de la misma forma que las moléculas de agua se aferran a las hojas de hierba en las frías mañanas de otoño, el alcohol atmosférico formará gotas similares en todo aquello a lo que pueda aferrarse.

¡Partículas, manifestáos!

Cuando una partícula atraviesa a toda velocidad tu cámara de niebla, choca contra las moléculas atmosféricas y les quita alguno de sus electrones, convirtiendo estas moléculas en iones cargados. El alcohol atmosférico se ve atraído por estos iones y se une a ellos, formando las minúsculas gotitas.

Las líneas resultantes tienen el aspecto de las estelas de condensación dejadas por los aviones, unas alargadas líneas que marcan el camino de la partícula a través de tu cámara de niebla.

¿Qué puede decirse a partir de estas líneas?

A través de tu cámara de niebla podrían pasar muchos tipos distintos de partículas. Puede que sea difícil de ver, pero realmente puedes diferenciar entre los tipos de partículas basándote en el rastro que dejan tras de sí.

Trazos gruesos y cortos

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Lo siento, no es un rayo cósmico. Cuando veas estas líneas cortas y gruesas, están viendo átomos de radón atmosférico expulsando partículas alfa (un cúmulo de dos protones y dos neutrones). El radón es un elemento radiactivo que se da en la naturaleza, pero su concentración en el aire es tan baja que es menos radiactivo que la mantequilla de cacahuete. Las partículas alfa que se generan a partir de los átomos de radón son grandes y de baja energía, de ahí este rastro corto y grueso.

Un rastro largo y recto

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¡Felicidades, tienes muones! Los muones son los primos más pesados del electrón, y se producen cuando un rayo cósmico impacta con una molécula de las capas altas de la atmósfera. Debido a su gran masa, los muones atraviesan el aire dejando un rastro recto y claro.

Patrones curvos y en zig-zag

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Si el rastro observado es como el que sigue un turista perdido en una ciudad extranjera, lo que estás observando es un electrón, o un positrón (el gemelo de antimateria del electrón). Electrones y positrones se crean cuando los rayos cósmicos chocan con las moléculas atmosféricas. Son partículas ligeras, y van dando botes con cada impacto contra las moléculas del aire, dejando esos patrones curvos y en zig-zag.

Caminos bifurcados

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Si el rastro se bifurca, ¡enhorabuena! Acabas de presenciar la desintegración de una partícula. Muchas partículas son inestables y decaerán en partículas más estables. Si ves que el camino se bifurca, ¡estás observando la física en acción!

Por último, por si ha quedado alguna duda, os dejamos este vídeo explicativo del proceso.

Actualizo el artículo con otro vídeo interesante sobre el proceso de fabricación y la puesta en marcha:

This article appeared originally on cienciakanija.com